El impuesto a las ventanas en Inglaterra que acabó en epidemias

1 de may. de 2023 · 11m 35s
El impuesto a las ventanas en Inglaterra que acabó en epidemias
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Los impuestos siempre son impopulares, y si afectan a algo tan necesario como la luz o el aire, más. De esto saben mucho en Inglaterra. En 1696 entró en vigor...

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Los impuestos siempre son impopulares, y si afectan a algo tan necesario como la luz o el aire, más. De esto saben mucho en Inglaterra. En 1696 entró en vigor la denominada 'Ley de Reparación de la Deficiencia del Dinero Recortado', que incluía un tributo a las ventanas. Un ingenio fiscal que tenía como objetivo aumentar la contribución de los ricos a las arcas públicas, pero que degeneró en un grave problema de salud pública.
La idea del impuesto fue del Rey Guillermo III, como solución para recuperarse de los gastos que había supuesto la Revolución de 1688, que derrocó al Rey Jacobo II; del agujero que había dejado la guerra con Francia; y de los costes de reacuñar las monedas existentes, ante el "estado miserable" en que se encontraban tras varios procesos de raspado de la plata. En principio, estaba planteada como una medida temporal pero bajo argumentos constantes de estrechez presupuestaria, finalmente se extendió más de siglo y medio.
La premisa era simple pero no siempre efectiva. La norma se basaba en la idea de que los más pudientes vivían en casas más grandes y, aunque generalmente era así, su aplicación en las ciudades tenía unos matices mucho más complejos que en las zonas rurales.
La progresividad era la característica principal de la medida: a mayor número de ventanas mayor era la aportación. Quienes superaran el máximo exento debían pagar, además del impuesto sobre la vivienda de 2 chelines, del que no se libraba nadie, una tasa adicional cuyo importe variaba en función del número total de ventanas. En las primeras décadas solo afectaba a las edificaciones con más de 10. En 1747, por ejemplo, las propiedades con entre 10 y 14 ventanas pagaban 6 peniques, y aquellas con más de 20, 9. El impuesto aumentó 6 veces entre 1747 y 1808, cuando el límite exento se situó en menos de 6 ventanas.
Las familias de apellido de rancio abolengo tenían grandes casas de campo, con decenas de ventanas. La operación era sencilla y los gobernantes vieron en ella una gran opción para llenar la hucha sin entrar directamente en el impuesto a la renta, muy impopular en aquel momento. En el otro extremo estaban los más pobres, a quienes la ley presumía habitando en espacios más pequeños y menos luminosos, por lo que asumirían una menor carga impositiva. El guion se tambaleaba. Si bien la población con menor capacidad económica que vivía en zonas rurales tenía casas más humildes (normalmente exentas del tributo), en las zonas urbanas el asunto se complicaba. En las ciudades, la población de menos recursos vivía en grandes edificios de viviendas que, independientemente de cómo se subdividieran, a ojos de la ley, se consideraban una sola vivienda. Y aquí empezaron los problemas.
Para evitar el impuesto, las fachadas de los edificios empezaron a adquirir una curiosa estética que aún hoy puede observarse si se pasea por ciudades como Glasgow o Edimburgo. Cada vez eran más los edificios con ventanas tapiadas con ladrillo o tablones. Fue la solución que aplicaron los arrendadores, porque eran ellos quienes estaban sujetos al impuesto. En el caso de nuevas construcciones, se hacían con espacio reducido para instalar el menor número de ventanas posible.
La letra pequeña de la ley agravaba la situación. La ausencia de una definición concreta de lo que se consideraba ventana derivó en una aplicación muy estricta de la norma. Cualquier abertura en la pared que conectara con el exterior era susceptible de ser gravada, incluso las rejillas perforadas de las despensas o agujeros originados por alguna rotura. La luz natural y la ventilación empezaron a ser un lujo al alcance de muy pocos inquilinos.
Había quien se libraba, aunque eran pocos. Algunas fábricas y edificios estaban exentos del impuesto. Por ejemplo, las oficinas públicas, las casas de campo que costaran menos de 200 libras por año, las lecherías y queserías, los graneros o las fábricas de autocares entraban en las exenciones porque se entendía que, en su caso, las ventanas eran beneficiosas para el negocio.
Para sufragar el coste del impuesto, las propiedades empezaron a subir los alquileres, pero ese no sería el mayor problema de los residentes. La nuevas y oscuras edificaciones fueron un campo de cultivo de enfermedades, que se propagaban a la velocidad de la luz que no entraba en las viviendas. Desde principios del siglo XVIII, el impacto en la salud era tan evidente que se desencadenaron protestas ciudadanas e incluso se recogía en romances populares. El tifus, la viruela o el cólera estaban a la orden del día, e incluso se llegó a desatar alguna epidemia.
Un informe firmado por el Doctor Reid en 1845 recogía la advertencia del Comité de Salud local de Sunderland, una ciudad del nordeste de Inglaterra. El documento, que aún guarda el Parlamento británico, recoge el aviso del grupo técnico en el que aseguran haber sido "testigos del efecto [...] maligno del impuesto a las ventanas" y se mostraban unánimes al confirmar que el "taponamiento de las numerosas ventanas causado por el afán de sus dueños de sustraerse al pago del impuesto [...] en algunos casos ha sido la causa principal de muchas enfermedades y mortalidad.
Varios estudios de la época denunciaron los riesgos para la población de las condiciones insalubres que propiciaba la falta de ventilación adecuada. El Doctor John Heysham reportó cómo una epidemia de tifus acabó con la vida de decenas de ciudadanos en Carlisle, en 1781. El rastreo del médico situó el origen del brote en una casa habitada por seis familias pobres. Los autores Wallace Oates y Robert Schwab incluyeron en una investigación sobre esta tasa publicada en el Journal of Economic Perspectives en 2015 la descripción de Heysham de las condiciones de vida en aquella vivienda: "Con el fin de reducir el impuesto de ventana [...] toda fuente de ventilación se eliminó. El olor de esta casa era insoportable y ofensivo hasta un punto insoportable. No hay evidencia de que la fiebre haya sido importada a esta casa, pero se propagó de ella a otras partes de la ciudad, y 52 habitantes fueron asesinados".
Pese a los evidentes y contrastados efectos nocivos, el impuesto sobrevivió hasta mediados del siglo XIX y finalmente fue derogado en 1851 después de fracasar por tres votos una moción un año antes. Las críticas en los últimos años eran ya insalvables, sobre todo por las dudas que generaba su aplicación. ¿Realmente pagaban más quienes más tenían? Una discusión en la Cámara de los Comunes en 1850, justo antes de la derogación del impuesto, puso el foco en el sentido primigenio de la medida: era un criterio fiable medir la capacidad económica conociendo el valor de la propiedad. Sin embargo, casi un siglo antes, el escocés Adam Smith, considerado fundador de la ciencia económica, apuntó en La Riqueza de las Naciones, en 1776, que el número de ventanas podría ser una medida "muy pobre" de la valor de una vivienda: "Una casa de 10 libras de alquiler en el campo puede tener más ventanas que una casa de 500 libras de alquiler en Londres y aunque es probable que el primero sea un hombre mucho más pobre que el del segundo, el impuesto a la ventana establece que debe contribuir más al apoyo del estado".
Lo cierto es que los ciudadanos de Inglaterra ya estaban acostumbrado a excentricidades fiscales. El impuesto a las ventanas tenía un antecedente: el impuesto al hogar que aprobó en 1662, después de la Restauración, Carlos II y que consistía en un tributo de 2 chelines por cada hogar y estufa en las casas de Inglaterra y Gales. Este gravamen también fue muy impopular, además de por el afán recaudatorio en sí, por el carácter intrusivo que implicaba. Y es que los 'chimeneros' (como se llamaba a los tasadores y recaudadores de impuestos) entraban en los edificios para contar el número de hogares y estufas.
El 'impuesto de la ventana' es historia pero muchos edificios conservan la esencia de la época. Incluso alguno construido una vez derogada la ley mantuvieron el 'estilo' para equilibrar el aspecto de los bloques de viviendas.
Existen muchas historias giran en torno a esta tasa, aunque algunas son calificadas como mito. Como la que señala que el dicho inglés 'robo diurno' tiene su origen en aquella ley. También generó muchas dudas en la época: ¿por qué la producción de vidrio se mantuvo igual si el inmobiliario solicitaba mucho menos? Las 'malas lenguas' apuntan a que el impuesto también se habría utilizado como una forma de evasión fiscal.
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Autor elEconomista
Organización elEconomista
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