Los problemas de posesión de recursos hacia personas pueden intoxicar la convivencia y romper el cariño que sentimos por nuestro perro. Y es que respondemos inicialmente de forma muy emocional: mi perro gruñéndome, incluso llegando a lanzarme mordiscos… nos afecta a niveles profundos, es difícil de gestionar y suele dar lugar a respuestas hiperventiladas, poco eficaces, e incluso peligrosas. Porque el afrontamiento adecuado es sosegado, de medio plazo, y con la mayoría de trabajo fuera de la situación problemática, algo que cuesta entender a quienes sufren el problema (y a algún profesional).

Tras ese principio abrumador, llega el otro lado del péndulo: consejos profesionales genéricos e ineficaces o simple renuncia personal. Muchos casos se deslizan grumosamente, hacia una convivencia triste, en la que es frecuente que los clientes se avergüencen de las concesiones que llegan a hacer. Recuerdo una familia que tenía sillas delante del sofá, habían renunciado a usarlo: era del perro. Sentían muchísimo pudor al contármelo y yo no sentí menos escuchándoles, espero haber sabido comprenderles y apoyarles. En otras ocasiones el final es más agudo y trágico, mordidas severas y/o a la muerte del perro. Entre medias, mucho dolor y tristeza.

Muchos casos, por su riesgo, no pueden abordarse sin tutela profesional, que nadie espere fórmulas mágicas. Pero conocer las pautas de un abordaje seguro puede ser de gran ayuda, para resolver problemas incipientes y entender la lejanía de las “piezas” que hay que mover para ganar esta partida. Y de eso hablamos hoy.