Desde hace unos años ha surgido una nueva vedette en las publicaciones de los profesionales del comportamiento: el ojo de ballena. Reiteradamente entrenadores de diferente tipo, país y condición han escrito relacionando el ojo de ballena con incomodidad, malestar, estrés u otros estados negativos, proponiéndose como síntoma/precursor de diferentes problemas o, al menos, como muestra fiable de que el perro no está disfrutando en ese momento.

Históricamente, en comunicaciones y contenidos de los comportamentalistas caninos, se incide en los problemas de interpretación de la conducta de los perros por parte de sus tutores: desde la falta de reconocimiento de señalética relevante, hasta las atribuciones de intención excesivamente antropomórficas. También es sabido que las sobreinterpretaciones son siempre malas interpretaciones, muchos de nosotros tenemos que comentar día sí, día también, que el que un perro mueva la cola no siempre implica que esté contento, pues los mamíferos tenemos una gama de expresiones y gestos relativamente limitados, que usamos para un montón de cosas diferentes: será la forma exacta de mover la cola, en conjunto con la gestualidad del resto del cuerpo y el contexto lo que determine su significado.

Los profesionales, una y otra vez, repetimos en nuestros mensajes lo importante de una correcta interpretación del comportamiento canino. Y la pregunta es ¿el ojo de ballena es una muestra incontestable e ignorada de que un perro está incómodo o sufre algún tipo de malestar o es como el movimiento de la cola, algo que puede mostrar significados muy diferentes, casi opuestos, en diferentes momentos? ¿Estamos cayendo en una sobreinterpretación de las que criticamos o encendiendo una necesaria alerta general ante el ojo de ballena?