Henrietta Green o Robert Arthington / Reflexiones cristianas
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Descripción
Henrietta Green o Robert Arthington / Reflexiones cristianas **Henrietta Green: Dadivoso o Avaro (Ampliado)** Henrietta Green, conocida como “Hetty” Green, fue la mujer más rica de Estados Unidos en el...
mostra más**Henrietta Green: Dadivoso o Avaro (Ampliado)**
Henrietta Green, conocida como “Hetty” Green, fue la mujer más rica de Estados Unidos en el siglo XIX. A su muerte en 1916, acumulaba una fortuna de casi 200 millones de dólares, lo que hoy equivaldría a unos 4 mil millones de dólares. Apodada la "Bruja de Wall Street", su éxito financiero era asombroso para la época, sobre todo porque las mujeres rara vez participaban activamente en el mundo de las finanzas. Sin embargo, su inmensa riqueza contrastaba con su actitud hacia los más necesitados.
Henrietta Green vivió de manera extremadamente austera, a pesar de su vasta fortuna. Se negaba a gastar dinero en lo que consideraba "innecesario", como calefacción en invierno, ropa nueva o incluso alimentos de calidad. A lo largo de su vida, rechazó ayudar a familiares cercanos que enfrentaban dificultades económicas, ganándose una reputación de tacaña. Uno de los casos más polémicos de su avaricia fue cuando su hijo, Edward, sufrió una grave herida en la pierna. En lugar de llevarlo a un médico privado, Green lo llevó a una clínica pública para personas indigentes, donde recibió un tratamiento deficiente, lo que eventualmente provocó que le amputaran la pierna.
A pesar de su genio financiero, la frugalidad extrema de Henrietta Green era vista por muchos como desmesurada, y tras su muerte, su fortuna fue dilapidada por sus descendientes. Green no solo representa la acumulación de riqueza, sino también las consecuencias de la avaricia sin propósito, lo que muestra que una fortuna considerable no garantiza ni la felicidad ni un legado duradero.
En contraste con Henrietta, encontramos la historia de Roberto Arthington, un hombre de letras y filántropo inglés, cuyo enfoque hacia la riqueza fue radicalmente opuesto. Aunque también fue muy próspero, Arthington vivió en condiciones de extrema modestia, habitando una pequeña habitación con lo mínimo indispensable. Sin embargo, en lugar de acumular su dinero, decidió donarlo a causas benéficas, especialmente a las misiones cristianas. En total, donó más de 500,000 libras esterlinas, una cantidad colosal en esa época. Su motivación era clara: Arthington creía que su dinero debía servir para la salvación de las almas, y que no podía permitirse vivir con lujos mientras existían tantas personas en necesidad espiritual.
Su filosofía de vida queda plasmada en una nota que escribió antes de morir: “Con todo gusto haría mi cama en el suelo, tendría un cajón en lugar de silla y usaría otra caja como mesa, en lugar de permitir que los hombres perdieran su salvación por causa de mi negligencia en darles el evangelio.” Este acto de sacrificio personal y generosidad nos recuerda el verdadero valor de la riqueza: no en cuánto acumulamos, sino en cómo usamos lo que tenemos para el bien de los demás.
Las historias de Henrietta Green y Roberto Arthington reflejan dos extremos opuestos de cómo el ser humano puede abordar la riqueza. Por un lado, Henrietta se aferra al dinero, dejando un legado de tristeza y soledad. Por el otro, Arthington utiliza sus recursos para dejar una huella de generosidad y amor por los demás, siguiendo el principio bíblico de que "es más bienaventurado dar que recibir" (Hechos 20:35).
El mundo de hoy nos muestra ejemplos de grandes fortunas donadas a causas benéficas, como las contribuciones de empresarios y celebridades, pero no necesitamos grandes riquezas para ayudar. Cada uno de nosotros, con lo que tiene, puede marcar la diferencia. Y si no contamos con recursos materiales, siempre podemos compartir el evangelio de Dios, el tesoro más grande de todos, capaz de transformar vidas.
Esta reflexión nos invita a evaluar nuestras prioridades y a recordar que el verdadero valor no está en lo que poseemos, sino en cómo usamos lo que se nos ha dado para el bien de los demás. Vivamos no solo para acumular, sino para compartir y edificar.
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