En un pequeño pueblo rodeado de bosques densos y una atmósfera cargada de misterio, vivía una joven llamada Isabella. Desde muy temprana edad, Isabella había desarrollado un miedo paralizante a salir de su casa, alimentado por las historias de horror que circulaban entre los lugareños. Isabella apenas salía al exterior, temerosa de los peligros que acechaban en la oscuridad de la noche. Su única compañía era un cuadro antiguo que colgaba sobre su cama, una obra de arte que había heredado de su abuela. Este cuadro, representando una figura sombría entre la neblina, era su fuente de consuelo en medio de sus miedos. Una noche, mientras Isabella dormía plácidamente, un escalofriante susurro llenó la habitación. El cuadro, hasta entonces inerte, cobró vida en la oscuridad. La figura en la pintura se desprendió lentamente del lienzo, emergiendo hacia la cama de Isabella con malévola intención. Con un súbito y estruendoso crujido, el cuadro se desprendió de la pared, cayendo directamente sobre la cabeza de Isabella. El impacto fue fatal, y la joven fue encontrada sin vida en su habitación al amanecer. Los lugareños murmuraban sobre la tragedia, mientras el cuadro, ahora vacío de su presencia siniestra, volvía a colgarse en la pared como si nada hubiera ocurrido. La historia de Isabella se convirtió en una leyenda local, recordándoles a todos que incluso las cosas más familiares y queridas pueden convertirse en instrumentos de horror cuando menos se lo esperan.José Pardal