Al final, sin importar de quien se trate, el tiempo, tirano eterno, siempre gana. Por algo Cronos es el rey de los titanes, decía Homero. Siempre termina devorando a sus criaturas predilectas. Y Tom era uno de ellos. 23 temporadas después, 649 pases de touchdown más tarde, luego de siete anillos de Superbowl, Tom ha dicho se acabó. El espectaculo irremediablemente ha terminado y con él toda una era. Como en otro tiempo lo tuvieron que hacer Pelé, Ruth, Jordan, Bolt, Roger Federer, Phelps, Serena. Porque los seres humanos estamos condenados desde que nacemos, y eso, justo eso, es lo que hace hermosa nuestra vida; saber que un día toda esta luz se apagará. Tom, hijo favorito de Kronos, inicia su nueva vida a los 45. Se retira como la marca más poderosa en la historia de la NFL. 375 millones de dólares le están esperando para ser ahora -desde el palco- quien nos cuente la historia. Su nuevo reto será alimentar su marca, TB12, como desde hace veinte años lo ha hecho Michael con su Jordan Air. Cuántos atletas intentarán conectarse con esa cultura del triunfo. La odisea ha terminado. Pero Tom ha sabido usar -como nadie- el regalo de Cronos. El universo le dio el talento y él lo multiplicó. Tom deja atrás una gesta homérica, una leyenda inigualable que revivirá cada vez que un chico se ponga un casco y comande una ofensiva. Ahí siempre estará él. En cada draft, en cada campo de preparatoria, en cada tazon colegial. Siempre habrá un chico jugando a creer que puede ser Tom Brady. Ser recordados, es la única victoria posible, sobre el tiempo.
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