Corintios-110 Intercambio y colaboración

17 de jun. de 2024 · 6m 36s
Corintios-110 Intercambio y colaboración
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Intercambio y colaboración

Me resulta interesante conectar los últimos versículos de un capítulo con el primero del siguiente, porque a menudo el pensamiento continúa de uno al otro, y nos perdemos una bendición al separarlos. Leamos la transición entre el capítulo 5 y el 6 de 2 Corintios: 

“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios.”

Hay una canción cristiana titulada “Su manto por el mío” en la que se canta cómo Cristo se quitó su capa de justicia para dármela a mí, y llevó sobre Él mi manto de injusticia. En la cruz hubo un intercambio no equitativo, en el que mi pecado fue derramado sobre el inocente, y su santa justicia se derramó para cubrir mi mal. Habiendo recibido esa gracia, la primera frase del capítulo 6 me exhorta a vivir de forma que esa gracia de Dios derramada a mi favor no sea en vano. Si habiendo recibido tal intercambio decido vivir como si nada hubiera ocurrido, estaría menospreciando el sacrificio de Cristo en la cruz. 

Dios anunció que el día de salvación venía, y Pablo declara “He aquí ahora el día de salvación” (6:2). Cristo vino y nos ha ofrecido la gracia inmerecida de Dios. Ahora nosotros podemos disfrutar de la justicia de Dios en Cristo. 
Es por eso que Pablo puede decir que vive por encima de los ataques diarios de nuestra propia carne o de las injustas valoraciones que cualquiera pudiera hacer. En los versículos 8-10 presenta los siguientes contrastes: 

“por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo.”

Eran colaboradores de Dios, incluso cuando algunos los vieran de forma errónea. Podrían verlos como personas sin honra, podrían tener mala fama por seguir a Cristo, podrían pensar que lo que anunciaban era falso, podrían sufrir ignominia, podrían sufrir en sus carnes y pasar por momentos muy tristes, podrían sufrir escasez material, mas ellos sabían que lo poseían todo, pues tenían a Cristo de su lado. En Él podían disfrutar de honra, buena fama ante Dios, conocidos por Dios, vivos y gozosos, enriqueciendo a otros por la gracia de Dios. Era por esto que podían vivir, como dice en el versículo 4 y hasta el 7: 

“en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra;”

De la misma manera, esta invitación a colaborar se nos ha extendido a nosotros. El manto de Jesús ha llegado a ser el nuestro si la justicia de Cristo ha llegado a ser nuestra por la fe. Habiendo sidos hechos justicia de Dios en Él, aceptemos ser colaboradores de Dios, viviendo una vida digna de la obra de Cristo en nuestro lugar.  

¿Cómo? Apartándonos de los mantos de inmundicia que ya hemos depositado a los pies de la cruz, y viviendo en la justicia recibida en su lugar. Por esto cita el apóstol las palabras del Antiguo Testamento: 

“Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo:
    Habitaré y andaré entre ellos,
    Y seré su Dios,
    Y ellos serán mi pueblo. m
Por lo cual: Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor,
Y no toquéis lo inmundo;  Y yo os recibiré,
Y seré para vosotros por Padre,
Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.”

¡Qué maravilla de plan de vida! Hijas del Todopoderoso, colaboradoras de la gracia de Dios a la humanidad. Esta es la vida que Dios nos ha dado aquí en la Tierra, mientras aguardamos la glorificación y la entrada a la vida eterna con Cristo.
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Autor David y Maribel
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