Evangelios-048 Los hijos perdidos

13 de mar. de 2024 · 8m 43s
Evangelios-048 Los hijos perdidos
Descripción

Lucas 15:11-32 Esta parábola de hoy es una de las más conocidas; se la conoce como la parábola del hijo pródigo, pero quisiera enfatizar que la historia trata de dos...

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Lucas 15:11-32

Esta parábola de hoy es una de las más conocidas; se la conoce como la parábola del hijo pródigo, pero quisiera enfatizar que la historia trata de dos hijos perdidos, a los que el padre ama con liberalidad, queriendo la reconciliación con ambos. Veamos la historia que contó Jesús. 

“Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y nos dice la historia que (el padre) “les repartió los bienes.”

Curiosamente, podemos notar que aunque fue el hijo menor el que demandó su parte de la herencia, su hermano mayor, el cual debería haberse levantado a defender la honra de su padre, accedió a la propuesta con la condición de que él recibiera también su parte de la herencia. Por lo que la historia nos dice que “les repartió (a ambos) los bienes. El joven, que se quería marchar, se llevaría efectivo, y el mayor se quedaría, imaginamos, con la hacienda familiar. 
Jésus continuó con la parábola:

“No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente, (de ahí que se le llame el hijo pródigo),
Cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos.”

Recordemos que según la ley moral de los judíos, el cerdo es un animal inmundo. Sin duda, este chico había llegado muy lejos, si tenía que alimentar a los cerdos en tierra ajena para poder sacar algún dinero. Y nos dice el texto que “deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.”

Estaba dispuesto a comer lo mismo que comían los cerdos, pero lo que le daban era estrictamente para sus animales, así que ni eso podía comer. 

“Y Volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!
Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.”

Había perdido todo el dinero de su herencia. Volver a casa ahora sería para pedir trabajo, no en condición de hijo. Eso lo tenía claro. 

“Levantándose, vino a su padre.” Seguramente iba con temor, preguntándose qué diría su padre, cómo lo vería el resto de la familia. ¿Lo rechazarían ellos también? Qué humillación. 

Mas “cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.”

Y ya no pudo decir más, porque su padre tomó la palabra. 
Este “dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta;
porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.”

Este padre que había sufrido humillación de parte de sus dos hijos, había perdido a este. Había pasado mucho tiempo y no sabía nada de él. Mas cuando lo vuelve a ver quiere restaurarlo. 

Mas nos cuenta el Señor que el “hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.

Este le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.”
Parece que este padre no había perdido solamente un hijo. El pequeño se había marchado, pero el mayor, el cual también había recibido su parte de la herencia, se había quedado en casa con su padre. 

El hijo mayor mentía si decía que trabajaba para su padre, puesto que el padre ya le había cedido su herencia. Los cabritos eran suyos; podía tomar lo que quisiera, pero, sin embargo, acusaba a su padre de no dejarlo celebrar nada. Su manera de ver las cosas era negativa y errónea. 

Su padre “entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.
Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.”

Su hermano había vuelto a casa. Había malgastado el dinero de su padre, pero estaba dispuesto a empezar una vida nueva, restaurando su relación con el padre. 

Los fariseos que escuchaban la parábola podrían haber identificado a este hijo con los publicanos, aquellos pecadores que para ellos no merecían perdón. Pero Jesús quería que se dieran cuenta que ellos, como el hermano menor, estaban igual de perdidos; necesitaban una reconciliación con el padre también. Estando tan próximos al Padre, estaban realmente lejos, separados de Dios por su orgullo. 

Jesús acaba la historia ahí, dejándonos sin la conclusión. ¿Se arrepentiría el hijo mayor de su amargura y entraría a la fiesta a celebrar? ¿o por el contrario se alejaría aún más, dando la espalda al padre y lamentando la reconciliación del hermano arrepentido? 

Ese era el dilema de los que escuchaban. ¿Cuál sería la respuesta de ellos a la nueva vida que Dios ofrecía? ¿Cuál es nuestra actitud hacia la misericordia de Dios para nosotros? ¿y para otros? 
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Autor David y Maribel
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