Hebreos-153 Un representante perfecto

23 de jun. de 2022 · 8m 23s
Hebreos-153 Un representante perfecto
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Un representante perfecto En el capítulo 4, Hebreos nos presenta a Cristo como nuestro representante ante Dios. El libro sigue desarrollando la imagen de Cristo como nuestro sacerdote en el...

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Un representante perfecto

En el capítulo 4, Hebreos nos presenta a Cristo como nuestro representante ante Dios. El libro sigue desarrollando la imagen de Cristo como nuestro sacerdote en el capítulo 5, y en el capítulo 7 añade que  Jesucristo es el sumo sacerdote según el orden de Melquisedec, confirmando que Cristo es el sacerdote perpetuo, que intercede por nosotros para salvación. Los capítulos 8 y 9 nos ofrecen una recapitulación sobre el perfecto sacerdote y el sacrificio perpetuo que es Cristo.

El pueblo de Dios había tenido muchos sacerdotes según el pacto levítico que Dios había hecho con ellos, mas ahora Dios hecho carne había descendido a la Tierra para interceder por la raza humana. Este sería el sacerdote perfecto y eterno del nuevo pacto.

Nos dice Hebreos 4:14: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.” 

El sacerdote del nuevo pacto era perfecto, singular y eterno. 

En el capítulo 5 leemos sobre la función del sacerdote, de cómo este intercedía a favor de las personas ante Dios, ofreciendo los sacrificios que proveían el perdón de los pecados. Nos dice el texto lo que representaban los sacerdotes levíticos para el pueblo: el sacerdote debía interceder por ellos ante Dios, “para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados; para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad; y por causa de ella debe ofrecer por los pecados, tanto por sí mismo como también por el pueblo.”

El sacerdote debía ofrecer sacrificio por sus propios pecados antes de ofrecer por los de los demás, y tenía conciencia de que él también tenía necesidad del perdón de Dios. Sin embargo, la Biblia nos presenta un sacerdote, que a diferencia de todos los sacerdotes era perfecto, sin pecado. Este es también presentado como el sacrificio perfecto, sin mancha y suficiente para quitar el pecado de todo aquel que lo reciba por fe. 

Los sacerdotes que estos hebreos conocían venían de la línea de Aarón, hermano de Moisés. Dios había asignado el ministerio sacerdotal a los varones de la tribu de Leví. Jesús, sin embargo, no era de Leví, sino de la tribu de Judá. Hebreos explica la singularidad del sacerdocio de Cristo. La Biblia lo compara con el sacerdocio de Melquisedec, un sumo sacerdote que aparece en el primer libro de las Escrituras. Este personaje es curioso porque sabemos muy poquito de él. Lo encontramos en Génesis 14, cuando Abraham viene a él después de una batalla, y este le da su bendición. En los salmos se hace mención de Melquisedec, donde se anuncia al Mesías como sacerdote según el orden de Melquisedec. El capítulo 7 de Hebreos nos habla más detalladamente de él, rey de Salem, repasando los sucesos de Génesis y explicando cómo Melquisedec era gran sumo sacerdote, no por linaje humano, sino por voluntad divina. De Melquisedec no conocemos su ascendencia ni su descendencia. Su posición no dependía de sus lazos familiares, y no se hizo sacerdote a sí mismo; nos dice Génesis 14; nos repite Hebreos que este era sacerdote del Dios Altísimo, no por sí mismo, sino por designio divino. El Mesías venía, Hijo del Dios Altísimo, para buscar y salvar a los perdidos, “y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec” (Hebreos 5:10).

Hebreos 7 nos presenta el nuevo pacto en Cristo, un pacto que abroga el antiguo. Jesucristo venía a interceder por el ser humano ante Dios, y venía como sacerdote único y suficiente para salvar a la humanidad eternamente. Al contrario de los sacerdotes del antiguo pacto, que debían ser muchos porque tenían limitaciones de espacio y tiempo, este sacerdote es Omnipresente y eterno. Un sacerdote estaba en un lugar a la vez, y cuando moría, otro debía tomar su lugar en el templo. Cristo, por el contrario, puede interceder en todo lugar y por los siglos. Los versículos 23-27 del capítulo 7 lo describe de forma inmejorable:

“Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.”

Esta preciosa verdad nos da esperanza. Pero por si nos faltara confirmación, el capítulo 4 ya nos afirmó que Cristo, aunque santo y sin mancha, es capaz de interceder por nosotros porque entiende nuestra condición. Los versículos 15-16 dicen:


“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” 4:15-16

Cristo vivió en esta Tierra como hombre, y por su obediencia, es capaz de compadecerse de nosotros e interceder en nuestro lugar. Tenemos sin duda el representante perfecto. Capaz de salvar y guiar, merece nuestra leal confianza. Sin duda, podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia, porque alcanzaremos en Él misericordia y gracia en todo momento. 
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Autor David y Maribel
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