Timoteo-141 Las mujeres en la iglesia

1 de oct. de 2024 · 8m 56s
Timoteo-141 Las mujeres en la iglesia
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Las mujeres en la iglesia Vivimos en una sociedad en la que cualquier afirmación puede ser percibida como un ataque y provocar reacciones defensivas. Espero que esta reflexión sobre lo...

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Las mujeres en la iglesia

Vivimos en una sociedad en la que cualquier afirmación puede ser percibida como un ataque y provocar reacciones defensivas. Espero que esta reflexión sobre lo que la Biblia enseña sobre las mujeres y el papel que desempeñamos en la congregación de los creyentes no resulte en nada parecido. 

Cuando el Señor creó a la raza humana, nos creó a su imagen. Dios en múltiples textos afirma que para él no hay judío ni griego, ni hombre ni mujer. Esto lo dice afirmando que ante Dios todos tenemos el mismo valor. La igualdad no se basa en la falta de variedad, sino en la ausencia de vanagloria. “Nada hagáis por contienda o vanagloria”, decía el apóstol en Filipenses 2; “antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.”

Si alguno cree ser más que otro, por razón de tono de piel, nacionalidad o sexo, se equivoca, y no piensa como Dios piensa. Dios quiere que asignemos a otros el valor que Dios nos ha dado, y Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34, Romanos 2:11, Gálatas 2:6, Efesios 6:9)

Ahora bien, como antes he comentado, la igualdad no consiste en la ausencia de diferencias. Somos todos diferentes y únicos. Dios nos ha hecho con una creatividad maravillosa, y nos ha dado dones y limitaciones para que en todo y por todo lo reconozcamos a Él y le traigamos gloria. 

No es incorrecto ni sexista admitir que los hombres y las mujeres tenemos diferentes características generales, pero no por ellas somos más o menos valiosos ante Dios. Tampoco podemos negar que hay variedad dentro de cada sexo, y que no hay cualidades de carácter que nos hagan más hombre o más mujer. Conocemos a mujeres que pueden ejercer un firme liderazgo y a hombres que atienden a individuos con ternura. Y esto es bueno; no es extraño. 

Cuando Dios salva a personas y las junta en una iglesia, su plan es que cada uno, con sus dones y limitaciones, edifique y sea edificado. Y para ello ha establecido roles y límites para el servicio. 

En Timoteo 3, por ejemplo, Pablo repasa las características de las diferentes posiciones de liderazgo en la iglesia. En primer lugar habla de los obispos, refiriéndose a los líderes encargados de la iglesia, los cuales tenían la responsabilidad de enseñar y dirigir. De estos claramente leemos que deben ser “marido de una sola mujer.” No hay referencia a las características de la mujer obispo, por lo que debemos entender que los obispos debían ser varones adultos, cabeza de su propia unidad familiar. Esto no tiene por qué frustrar a ninguna mujer, pues nadie debería desear el obispado para su propio beneficio. En el capítulo 1:7 Pablo habla fuertemente de aquellos que utilizan mucha palabrería para obtener un cargo importante. 

Es curioso que en el capítulo 1 Pablo tiene que dar instrucciones específicas sobre unas mujeres que al parecer estaban intentando llamar la atención hacia ellas mismas por la manera en que vestían y cómo se comportaban. ¿Por qué si no pediría el apóstol que las mujeres no vinieran a la iglesia para lucir sus nuevos modelitos sino más bien para mostrar sus buenas obras? Les tiene que pedir que la mujer no busque enseñar a los hombres, diciendo:  “Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio.” Esto nos puede sonar machista, pero si somos prudentes, lo deberíamos entender con el espíritu con que se dio. Hay innumerables formas de aportar a la congregación sin la necesidad de cuestionar el carácter de Dios y la autoridad de las Escrituras. 

Si realmente queremos servir al Señor en la iglesia, el cargo que desempeñemos no debe ser lo que nos traiga satisfacción, sino más bien la oportunidad de ayudar a otros y servir a Dios. 

En el mismo capítulo, bajo la sección de diáconos, sí se refiere a hombres y mujeres, (aunque algunos entenderían que se podría referir a las esposas de los diáconos). Los diáconos, del término griego que significa “siervo,” tenían la oportunidad de servir en formas específicas ayudando con “servir las mesas.” Estos visitaban a los enfermos, organizaban comidas y ayudaban con servicios sociales para atender a las viudas y a los huérfanos. Debían ser personas “honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo.” La palabra “honestidad” se repite en varias ocasiones en el texto, ya que estas personas estarían encargadas de administrar las ayudas que irían a una y otra actividad en la iglesia. 

Vemos en Hechos que Felipe, el cual era un diácono, estaba preparado para presentar el evangelio al eunuco, y suponemos que cada diácono, así como cada creyente maduro, debería poder explicar las Escrituras al que lo necesitara. 

Podemos concluir por esta definición de diácono que cada congregación tiene sus diáconos y sus “diaconisas”, ya sea que el cargo sea oficial o puramente pragmático. Una vez más, no deberíamos desear para nosotros mismos un cargo ni esperar a que nos lo concedan para servir a los demás. Si no ayudas a otros, no aprovechas las oportunidades que Dios te da para compartir el evangelio, y no te ofreces para ayudar en tu iglesia tal como eres, no deberías quejarte de la posibilidad o no de ostentar un cargo en la iglesia. 

Al leer este capítulo, me hace pensar incluso que estas mujeres que se dedicaban a ayudar serían en muchas ocasiones solteras o viudas, por el texto en 1 Corintios 7 donde el apóstol explica que la mujer casada se ocupa de atender a su familia primero, mas la soltera puede dedicar su tiempo a la obra de Dios. Deja claro que cada una debemos atender a nuestras responsabilidades personales primeramente, y si Dios nos da la oportunidad, servir a aquellos que tenemos a nuestro alcance. 

No caigamos en las filosofías huecas de nuestros días, y no perdamos el tiempo deseando cargos y títulos, sino vivamos cada instante libremente, con el único propósito de agradar a Dios y edificarnos unos a otros.
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Autor David y Maribel
Organización David y Maribel
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